La subsistencia del ser humano se basa en “relacionarse” con el mundo que lo rodea. En este contexto, llevaría a cuestas las frutas de los árboles, los rasguños de las espinas, el aroma de las flores y el acecho constante de los animales salvajes.
Ahora bien, en la ciudad la perspectiva es diferente. El hombre y la mujer, al salir de casa a diario, se tropiezan con infinidades de cosas que pueden clasificarse en dos grupos: “lo material” y “lo natural”. Lo primero, se refiere, al concreto que sepulta la tierra y la vegetación; a los carros, semáforos, vallas, ropa, armas, comida chatarra, computadoras y cuadernos entre tantas otras cosas que se pueden enumerar. Lo segundo, tiene que ver con los seres humanos, animales domésticos; montañas, parques y jardines. En sentido abstracto, también se asume como “natural” el pensamiento, los sentimientos, las formas de convivencia y los valores.
Debido a ésto, la relación que el hombre establece a diario con el mundo que lo rodea, cada vez que sale de casa es muy heterogénea, abundante y compleja; pero, definitivamente, el tópico que más afecta al hombre y al la mujer es la relación con sus semejantes.
La convivencia del hombre con el hombre es “vital” en la sociedad. Es una relación intrínseca e indivisible; por lo tanto, es evidente que un hombre o mujer pueda afectar a otro hombre o mujer justo en el centro de sus emociones, en el cenit de sus principios.
Todos los seres humanos conviven en sociedad, entrelazados con los hilos de las normas de convivencia y los valores. He allí el meollo del asunto, es a través de esos hilos que se hiere y se ahorca la susceptibilidad del individuo.
Para ejemplificar, en la sociedad tenemos personas que expiden por los poros esencia de valores: agradecimiento, respeto, cordialidad, generosidad… y por otro lado, tenemos personas que son la antítesis de esa esencia.
La persona de valores es un ser sensible y altruista. Por naturaleza “servicial”; la persona antivalor es un ser insensible y egoísta. Por naturaleza “vil”. En este caso, las relaciones consisten en comportamientos oscilantes: “sensibilidad vs insensibilidad”; “servicial vs vil”.
Ilustremos este fenómeno en una escena sencilla y común donde:
Antivalor dice: -¿Qué hora tienes ahí pana? –
Valor, desencajado, responde: - Querrás decir, ¿Sr. (a) qué hora tiene por favor? –
Antivalor replica: - ¡Ah pues! Me puedes decir la hora vale. ¿Sí o no? –
Valor lamenta: - Claro que sí, ¡Es la hora de que lleve el bacalao a cuestas! – Luego susurra mientras se aleja caminando – qué carajo se cree la gente. ¿Qué está pasando Dios mío? Ahora si me jodí yo.