Un anciano con rasgos propios de un hombre de
Para sorpresa de los que podían ver por las ventanas, un perro callejero, sin raza y sin suerte, con un aspecto a rocinante, corría sin cesar tras el autobús, dicho sea de paso, le hacía difícil la proeza por el humo excesivo que despedía justo frente a su rostro, cortándole el aliento y nublando su paso. El perro, con facciones humanizadas, estaba angustiado, con los ojos desorbitados y la lengua reseca y largamente extendida, simulando una danza que llevaba el ritmo de una respiración jadeante.
Una niña que lo miraba fijamente a los ojos por la ventana dijo a su mamá sorprendida:
Y la mamá le respondió mientras chateaba por el celular:
- ¡Ah! Eso debe ser que cree que este autobusote es un animal grandote. Algo así como una amenaza. –
El chofer enajenado, más no así los pasajeros, le exigió al anciano que bajara a ese perro de inmediato, o sino que se bajara con él. El anciano, con una voz firme, pero desgastada por los años, replicó:
El chofer arrancó, notablemente molesto y distraído con la vía, sin percatarse de la sonrisa silente que se dibujaba en el rostro del anciano.
La niña curiosa, muy pendiente de lo que estaba pasando, comentó en voz baja, ya que su mamá estaba inmersa en el celular y no tenía idea de lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Todos los pasajeros, excepto la mamá de la niña que seguía inmersa en el celular, habían dejado de ser pasajeros y se convirtieron en una audiencia que no podía quitar la mirada al anciano, quien aún conservaba ese tipo de sonrisa que esconde detrás una tristeza.
Todos le dieron paso para que se bajara. Mientras el anciano bajaba, la niña rompió el silencio gritando:
En ese instante, mientras el anciano y sarna se abrazaban, la niña exaltada, agitaba el brazo de su mamá comentándole:
- ¡Wuaaaao! – eso porque había recibido un PING sorprendente, y la niña le reprocha: